dimecres, 8 d’octubre del 2008

Entrevista a Sultana Jhaya, víctima de torturas en Marruecos, durante el Primer Encuentro Internacional de Solidaridad con el Sáhara en Sevilla

"Mi sufrimiento es el sufrimiento de todo el pueblo saharaui"

Tiene sólo veintisiete años y una cara redonda y bonita. Parece una joven tranquila y con toda la vida por delante, pero cuando esta mujer nos cuenta su pasado, hay en él más sufrimiento que el que muchas personas de más edad podrían soportar. Sultana Jhaya se ha hecho tristemente famosa por las torturas sufridas hace un año y medio, a manos de la policía marroquí, que le provocaron la pérdida de un ojo. Hoy, tras varias operaciones de cirugía y reconstrucción, se ha convertido en un símbolo de la lucha del pueblo saharaui.

Usted era una estudiante en Marrakech. Su único crimen fue solidarizarse pacíficamente con otros estudiantes saharauis que habían sido apaleados por la policía en Agadir. ¿Cómo sucedió todo?

En el 2005, como es sabido, estalló la intifada saharaui por la independencia, que es un levantamiento popular y una muestra de resistencia del pueblo saharaui, sobre todo jóvenes, contra la ocupación marroquí y la represión. En el 2007, estaba en Marrakech, con otros estudiantes saharauis, en la Universidad, y decidimos organizar una sentada en solidaridad con lo que pasaba en los territorios ocupados, sobre todo en solidaridad con los compatriotas que habían sido víctimas de graves violaciones de los derechos humanos.

Yo estuve al frente de la manifestación, de la sentada, y vinieron más de setecientos antidisturbios. Y era tan rápido y tan brutal que de repente me encontré rodeada por un centenar de antidisturbios, uno me pegó directamente al ojo, se me cayó el ojo en la mano, y cuando le pedí que dejara de torturarme, otro agente les ordenó: “¡pegadle en el otro ojo!”. Afortunadamente, el otro golpe llegó sólo al hueso, no llegó a destruirme el otro ojo.

Y de repente trajeron a otro grupo de estudiantes saharauis, chicas, y nos metieron en una ambulancia. Yo estaba sangrando, nos metieron sangrando en la ambulancia, yo me acuerdo de un golpe, de una patada que me hizo rodar dentro de la ambulancia y me impidió sentarme en la camilla. Un policía me dijo: “la camilla es para los marroquíes, vosotros sois animales y no merecéis la cama”. Yo, con el ojo en la mano, gritaba “¡que me duele mucho!”. Él me metía los dedos en el ojo, en el agujero, para que sufriera más, incluso el conductor de la ambulancia decía: “pega a la puta polisaria, y si no quieres, déjame a mí, que yo me encargo”.

Fuimos al hospital y no nos atendió nadie, sólo me lavaron la cara, que estaba cubierta de sangre, para que nadie me hiciera fotos. Y después nos llevaron a la comisaría de un área turística de Marrakesh, donde los europeos están ahí, de turistas, mientras que abajo hay una cárcel donde masacraban a los saharauis.Y lo peor es que, cuando nos metieron en la cárcel nos encontramos a treinta saharauis más, totalmente destrozados, sin ropa, y con secuelas de tortura, con las manos atadas detrás. Eso fue lo más fuerte de lo que sufrimos en aquel momento. La situación de estos jóvenes saharauis era muy, muy impactante.

Pasó una hora y media. Ya estaba casi muriéndome de tanto perder sangre, cuando me llevaron a un hospital marroquí. Allí, las enfermeras simplemente me metieron en una cama. Vino un grupo de oficiales, parecían autoridades, preguntando “¿dónde está la polisaria?” Les dije que era yo y me dijeron: “¿todavía dices que eres polisaria?” Uno de ellos me arrastró y me tiró al suelo. El hospital estaba en condiciones infrahumanas y vomité sangre. Me puso las botas encima de la cabeza y apretó y me dijo: “lame tu propia sangre, asquerosa polisaria”. Los únicos que lamieron la sangre fueron los gatos que deambulaban por el hospital.

Me llevaron a otra habitación, donde había solamente una paciente y a las cuatro de la madrugada vino otro grupo de policías con un papel para que se lo firmara. Les dije que tenía los brazos rotos y no veía nada. Cogieron mi mano y por la fuerza impusieron las huellas. Eran las acusaciones del proceso.

¿Nadie la ayudó en esos momentos?

Durante todo el tiempo, lo único que les pedía era agua para beber, y ellos no me trajeron nada. Vino una familiar de la otra paciente marroquí, le pedí algo de beber y me dio un poco de leche. Le di un número de teléfono de mi familia, para que la avisara. Pero estaban vigilando la habitación, entraron y le dieron una bofetada a la chica marroquí y borraron el número. Cuando vieron ese acto de simpatía, me llevaron a otra habitación aislada. Y luego vinieron quince agentes, parecían oficiales, y la enfermera me dijo: “tienes que comprar el hilo para coserte el ojo”. Eso es muy habitual en Marruecos. Le contesté “¿cómo voy a comprar el hilo, estoy esposada a la cama, y en esta situación? Te doy un número y llama a cualquier saharaui o a mis familiares y te compran todo lo que quieras.” Lo lógico es que tenían que operarme en un plazo de seis horas, y tardaron dieciocho horas.

Y de repente, un policía tuvo clemencia de mí y me dijo “oye, no toleraría que eso le pasara a mi hermana o a un familiar mío. Dame un número y llamamos a algún familiar.” Al principio no confiaba en él, pensaba que lo que quería era un número de contacto. Pero al final se lo di, marcó y me dejó el teléfono. Llamé a una amiga y afortunadamente estaba con ella el presidente de una asociación de derechos humanos saharaui y vinieron, pusieron trabas, porque lo que querían los marroquíes era coserme los párpados sobre la cuenca del ojo, directamente. El presidente de la asociación es una persona muy formada y les dijo que iban a tener que asumir su responsabilidad. Intentaron omitir las fracturas en la cara y en la cabeza, pero al final un médico asumió la responsabilidad y me operó.

¿Estuvo luego en la cárcel?

Sí. Me llevaron al tribunal y el procurador del Rey me dijo que si quería que me soltaran tenía que decir que todo el daño se lo habían hecho los propios estudiantes saharauis. Me negué y me condenaron a ocho meses de cárcel. Después, cuando salí, me invitó una asociación sueca de apoyo al pueblo saharaui y salí de Marruecos sin que las autoridades se enteraran, clandestinamente.

Ahora vive en España, donde la han operado y le han reconstruido el rostro. Se dedica a denunciar los malos tratos y las torturas de Marruecos.

¿Qué piensa hacer en el futuro?

Mi intención es volver a los territorios ocupados, pero estoy esperando a tener los papeles, para poder regresar si es necesario. Si no, no podré hablar sobre el Sáhara. Con papeles, tendré protección, podré entrar en Marruecos y seguiré luchando por los derechos de mi pueblo. Eso es lo más importante para mí, la causa saharaui y que la República Árabe Saharaui Democrática sea el representante único del pueblo saharaui.

Usted se ha convertido en un símbolo y un referente para su pueblo. Pocas personas de su edad pueden afirmar eso.

Mi sufrimiento es el sufrimiento de todo el pueblo saharaui, que vive en los territorios ocupados bajo la represión y opresión sistemática de las autoridades de ocupación marroquíes. Y de la otra parte de la población saharaui, que sufre en los campamentos de otra forma; no es la represión, pero sí la tortura del exilio.

Fuente: Poemario por un sahara libre