Ocho policías por saharaui
Nos acercamos a Smara, la Ciudad Santa del Sahara Occidental. Levantada piedra a piedra por los saharauis, Ma el Ainin la quiso convertir hace más de dos siglos en el centro cultural, político y económico de Saguia el Hamra. Smara se alza como un espejismo en medio del desierto. Alejada del mar y sin riquezas naturales, las inversiones no llegan a esta ciudad en ruinas devastada primero por los franceses y «profanada» más tarde por los marroquíes.
De sus 45.000 habitantes, una tercera parte -15.000 saharauis- lucha sin tregua por la independencia. Para encontrarnos con ellos hemos tenido que superar cuatro controles. Miles de agentes de los cuerpos de seguridad marroquí cercan la ciudad. Tocan a ocho policías por saharaui.
Ghlana tuvo que lidiar con diez. Tiene 16 años y la noche anterior a nuestra llegada fue detenida y torturada. Con su frágil voz nos cuenta que la llevaron al desierto y que tras despojarle de sus ropas, tocaron su cuerpo. Sólo había escrito en un correo electrónico la palabra Intifada (en árabe, levantamiento). En la Ciudad Santa, testigo de la fundación del Frente Polisario en 1973, la represión es «brutal». De los 550 saharauis desaparecidos desde la ocupación marroquí 220 son de Smara. Nos lo cuenta el activista Otmani El-Lud Emman, con quien hemos podido reunirnos. Su casa, «destrozada hace un año tras una redada», ha podido ser reconstruida gracias a la solidaridad de sus vecinos.
Bastan unas horas para darse cuenta de que estamos en una base muy importante de la oposición a los marroquíes y sus planes anexionistas. Las detenciones son diarias. Durante nuestra visita, en 24 horas, fueron apresados seis saharauis por reclamar la independencia que, dicen, se les negó hace tres décadas.«Las olas negras de represión son constantes». Zahbid Mahkluf, de 21 años, da fe de ello. Es uno de los chicos detenidos y apaleados durante nuestra estancia. Le apresaron mientras paseaba. Poco después, dos niños fueron detenidos, relata su madre. Llevaban ropas del Polisario y entonaban sus cánticos.
En Smara los más pequeños inundan las calles y pasan horas manifestándose. Son las nuevas generaciones, que nunca han conocido la libertad. No tienen miedo. «Sus profesores les piden que dibujen la bandera de Marruecos, pero se niegan y esbozan la de la República Árabe Saharaui Democrática», explica el activista. Todo, incluso las palizas, menos doblegarse ante la «censura marroquí».
Vacunas para el olvido
La represión cultural es total, relatan; los marroquíes quieren borrar las raíces del pueblo saharaui. «No podemos aprender español, ni nuestra historia, nos imponen sus costumbres y no soportan que reaccionemos contra sus imposiciones». Como si quisieran eliminar de un plumazo toda memoria «recurren a sustancias químicas para anular nuestra conciencia». Nos lo cuenta una joven que ha sufrido en sus carnes esta práctica «impropia de un Estado que se autoproclama democrático».
Aquí es raro el que no ha dado con sus huesos en la cárcel, cuenta Feku Selma, presidente del Comité Saharaui de Defensa de los Derechos Humanos en Smara. Es cierto. Nos acabamos de reunir con familiares de los presos que están en la Cárcel Negra de El Aaiún. Padres, madres, hermanas y esposas se quejan de la situación de los internos. «Muchas veces no les permiten comer si no pagamos» explica una mujer mientras se lamenta de que no tiene dinero ni para alimentar a sus pequeños. Sale a flote gracias a sus vecinos, los mismos que ayudaron a reconstruir la casa de El-Lud. La solidaridad es su garantía de supervivencia. Pero a veces no es suficiente.
ERENA CALVO
Fuente: ABC
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